La virtud entre el pensamiento, la palabra y la imagen

Ela Urriola

Autor: Moisés Jurado Briceño
Foto: Eduardo Molino

Bolívar diría que “el talento sin probidad es un azote”. Cuando en una misma persona se multiplican los talentos y la integridad los conduce, tenemos un ser humano de ilimitada valía. Ela Urriola nació con grandes talentos que la llevan a ser orfebre del pensamiento, la palabra y la imagen, en servicio de una humanidad y una virtud necesarias hoy más que nunca para nuestro país y para el mundo. Licenciada en Filosofía e Historia por la Universidad de Panamá, es actualmente docente e investigadora en Estética, Bioética y Filosofía del arte de esta institución, posee un Doctorado en Filosofía Sistemática por la Karlová Univerzita, Praga, compartiendo su profesión con su faceta destacada de artista plástico y poeta. Ganadora del premio Ricardo Miró en 2014, por su libro La nieve sobre la arena, entre otras distinciones, Urriola no deja de integrar su visión de mundo y su quehacer poético y artístico con su sensibilidad por la protección del medio ambiente y la necesidad de educar desde el pensamiento, hacia una acción que logre cambios en nuestra sociedad.

¿Cómo inicia su relación con la filosofía, la literatura y las artes?

Es una relación que no construyo individualmente, pero que, sin duda, me inicia como persona; la filosofía, la literatura y las artes constituyen una relación que trabajaron mis padres en la manera en la que me prepararon para el mundo. Ellos quisieron asegurarse de que yo pudiese escoger las herramientas para conocer y comunicar, me enseña-ron la importancia de la pregunta y la creatividad. Desde el inicio se trató de una relación natural que llegó a ser vital, al constituirse como parte indispensable de mi propia existencia. Mucho tiempo después se convertiría en oficio.

¿Cómo ve la situación de la literatura, la filosofía y las artes en la ciudad?

Hay sin duda un despertar de los ciudadanos exigiendo los recursos y los escenarios necesarios para el debate y para el arte. Este despertar adquiere más fuerzas en la medida en que se comprende que cultura no es solo una pollera ni que la educación es una interminable lista de competencias para memorizar. El humano no se programa: se educa y se despierta. Si no concientizamos sobre una educación holística, científica y humanística, en defensa del ambiente, no solo nos quedaremos sin ciudadanos sino que nos quedaremos sin lo que nos hace únicos: las riquezas naturales y culturales de nuestra ciudad y país. La literatura, la filosofía y el arte suelen ser peligrosos pues históricamente se ha demostrado que son capaces de proponer los cambios. Una sociedad que piensa y crea es una sociedad libre.

¿Es protagonista, la ciudad de Panamá, en su obra poética y plástica?

Por supuesto, parte de mi obra aborda problemas que conciernen a la ciudad y a la dimensión humana que la compone. Algunos de mis cuentos proponen una revisión de los temas sociales que nos aquejan: la corrupción, el suicidio, la sequía, el individualismo, la violencia de género y el acoso infantil. Mi obra plástica también aborda procesos creativos que se enriquecen con la vida de ciudad: los objetos encontrados y el reciclaje. La preocupación ética es inherente en mi poesía, donde el papel de la mujer y la despersonalización de lo cotidiano se traducen en las formas de vida que se orientan o desorientan en la ciudad. Finalmente, a mi trabajo creativo le concierne también la juventud: me preocupa su recorrido y su desconocimiento de una ciudad que pocas veces tiene una mirada hacia su historia y su arte. Y aquí un problema fundamental: las futuras generaciones se verán privadas al crecer en una ciudad que no ha estado lo suficientemente comprometida con la conservación de su patrimonio histórico ni de sus museos.

¿Cómo es la Panamá que sueña?

Sueño con una ciudad segura y amigable con sus ciudadanos. Que los transeúntes y vecinos se sientan respetados en un equilibrio donde reine la diversidad y la cultura. En esa ciudad habrá mucho verde: la vegetación se cuida y se preserva; las fuentes de contaminación han sido eliminadas y también el maltrato animal. No es una ciudad ruidosa, esta ciudad ha recuperado sus parques, ha resucitado sus museos y ha velado por la preservación del patrimonio histórico y cultural. Es quizás una utopía esta ciudad, pero es indispensable que sigamos trabajando y soñando despiertos.