Protector de la naturaleza

Stanley Heckadon

Autor: Monica Guardia
Foto: Eduardo Molino

Antropólogo con un doctorado en sociología de la Universidad de Essex, Inglaterra (1983). Se ha dedicado durante más de 40 años a investigar y escribir. Nació en la zona bananera de Chiriquí, en una familia de agricultores y maestros rurales. En las décadas de 1970 y 1980 trabajó con comunidades indígenas y campesinas de Panamá y Centro América en programas de desarrollo comunitario y tenencia de la tierra. De 1987 a 1990 trabajó como científico social principal del Centro Agronómico Tropical de Investigaciones y Enseñanza (CATIE), Costa Rica. Fue director general del Instituto Nacional de Recursos Naturales Renovables de Panamá 1990-1991. En 1993 se vinculó al Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI) como investigador asociado. Ha publicado una larga lista de libros y estudios, entre ellos: Cuando se acaban los montes (1983); Agonía de la Naturaleza (1985); Agenda ecológica y social para Bocas del Toro (1993); La cuenca del Canal de Panamá (2000); y Naturalists on the Isthmus of Panama: a hundred years of natural history on the biology.

¿Qué sitios de la ciudad están más profundamente ligados a su historia personal?

Sin duda, el barrio de San Felipe, sus plazas y Las Bóvedas. Yo pasé mi niñez en Chiriquí, pero me enfermé de malaria y vine a la ciudad con mi madre. Mi vida transcurría entre La Casa de la Marina, donde vivíamos -ubicada frente al Palacio de las Garzas y sobre la antigua Puerta de Mar-, y los laboratorios del Santo Tomás y el barrio. Recuerdo muy bien mi primera comunión y mis primeras misas en latín en la Iglesia de San Francisco, al lado del Javier, donde estudiaba. Yo pasaba horas en el balcón, viendo la hermosa bahía y los veleros y balandras que venían del golfo y desembarcaban en el Muelle Fiscal, trayendo pasajeros y mercancías como madera, plátanos.

¿Qué le gustaba especialmente de la ciudad de entonces?

Me fascinaba el movimiento de la Plaza de la Catedral, sobre todo las retretas dominicales, en las que se presentaba la Banda Republicana y la del Cuerpo de Bomberos. También los mítines políticos, cuando los oradores se colocaban en los balcones del Hotel Central para dar sus discursos. Cuando fallecía un presidente, se daban misas solemnes en La Catedral. Recuerdo comprarle raspados a los vendedores y escuchar el grito de los carretilleros que cambiaban naranjas por botellas usadas. Todo era muy pintoresco. Por ejemplo, cuando venían los vendedores de periódicos y gritaban “Panamá América, Nación” venía alguien que contestaba gritando “¡Tu abuela en camisón!”.

Como ecologista y ciudadano, ¿qué esfuerzo recuerda con más satisfacción?

La oportunidad de trabajar en la creación de los pulmones de la ciudad: el Parque Nacional Soberanía, el Parque Natural Metropolitano, el Parque Camino de Cruces y el Parque Nacional Chagres, este último el ojo de agua que abastece al Canal y los acueductos de Panamá y Colón. Asimismo, ser parte del equipo que estudió el cierre del basurero de Panamá Viejo, en cuyos manglares se botaba la basura de la capital desde 1904 e identificar contra reloj un sitio para el nuevo relleno sanitario de la ciudad, Cerro Patacón.

¿Cuáles serían los principales retos que tenemos los panameños con respecto al ecosistema de la ciudad?

Rescatar la calidad de las aguas de los ríos que atraviesan la ciudad y que hemos tornado en cloacas y basureros; convertir las playas de Chorrillo y Bella Vista en sitios de sana distracción para la población que no puede pagar el pasaje hasta las playas de Panamá Oeste.

¿Qué hábito debería tener todo panameño para una ciudad más vivible y sana?

No arrojar la basura a las calles. La mitad de la basura se tira a las calles, donde las lluvias las dirigen a través de los ríos y quebradas hasta la bahía. Se deben utilizar menos materiales plásticos y más paneles solares.

¿Cómo es la Panamá que sueña?

Un sitio lleno de grandes y pequeñas áreas verdes, playas hermosas donde se pueda disfrutar de las cálidas aguas del Pacífico, con una ciudadanía respetuosa de la naturaleza y las criaturas que la habitan.