Buscar Oportunidades para la cultura

Edilberto González Trejos

Autor: Moises Jurado Briceño
Foto: Pich Urdaneta

La poesía es fuga desde la misma palabra. Es desdoblamiento pero también es identidad. Esto lo sabe muy bien el poeta González Trejos, quien nació en Santiago de Veraguas, pero ha vivido casi toda su vida en la capital. Es abogado de la Universidad de Panamá; los primeros 12 años en la capital estuvo trabajando en la Asamblea Nacional y en distintas instituciones desde su profesión. Ha publicado, entre otros títulos, Balanceo (2003) y De sueños, vigilia y trance (2009). Es el creador del Festival de San Francisco de la Montaña en su provincia natal, entre otras actividades de gran impacto cultural. Actualmente el poeta es socio fundador del Festival Panamá Negro y es parte del comité consultivo de la Ciudad del Saber.

¿Cómo ha sido su actividad como promotor cultural en estos años?

Aunque he estado 28 años de manera ininterrumpida viviendo en la ciudad de Panamá, siempre he buscado aportar en la descentralización de la cultura. Fui secretario de la Asociación de Escritores de Panamá durante siete años, agrupando a más de 60 escritores e hicimos mucha gestión cultural que iba más allá de la literatura, por ejemplo, un conversatorio llamado “Punto de convergencia” donde reuníamos a escritores, pintores, escultores, cineastas. De allí surgió el Festival de San Francisco de la Montaña en mi natal Veraguas. Desde ese momento no he dejado de buscar oportunidades para la cultura. Una de ellas, organizada con Mónica Miguel, ha sido la experiencia del “Jamming Poético” y que hemos llevado a la capital y la provincia.

¿Cree que se están abriendo nuevos espacios culturales?

Sin desligarme de mi provincia natal he entendido las grandes oportunidades que hay que aprovechar en la ciudad y en el municipio. Prueba de ello es el “Festival Panamá Negro” que comencé a organizar junto a Mónica Miguel, el escritor español Juan Bolea, Juan David Morgan y Orit Btesh. Se ha organizado en la Feria del Libro de Panamá y en 2018 se hizo fuera; dándole forma a espacios dentro del municipio de Panamá. El festival se realizó casi en su totalidad en el municipio, sin descartar otras sedes, pero comenzando aquí y con el apoyo de su primer patrocinador: el municipio de Panamá.

¿Cómo relaciona ese tránsito que ha sido su poesía con Panamá?

 

Luego de tener 14 años viviendo en la capital me propuse publicar los textos que había escrito cuando vivía en Veraguas. Así, publico “Balanceo” en el 2003. La década de los 90 estuvo llena de una relación “odio-amor” del provinciano que llega a la capital y que la encontró muy dura, muy grosera, muy “juega-vivo” y yo venía de otros códigos: fui criado por mi abuelo materno. No comprendí la condición “transitista” de Panamá; que no era algo bueno o algo malo sino algo distinto. Venía de una naturaleza telúrica, enraizada, con amor a la tierra. Eso me costó mucho entenderlo: de ahí que a veces me sintiera extranjero en la capital de mi país.

La ciudad… ¿en algún momento tiene su lugar en su poesía?

En “Dioses de bolsillo” sí hay muchas referencias a la ciudad, a la vida urbana; que es de Panamá, pero que también puede ser de cualquier ciudad, sobre todo en el poema “El cortejo de la piedra”, o en “Magnetismo” o en “Laberintos urbanos”. Mi poesía, más que a lugares se refiere a estados internos del ser, y yo la veo como algo más universal que local. Pero no puedo desligar, la raíz, ni de donde soy, de donde vengo. Mi último libro “Aprendiz de Saturno”, por ejemplo, tiene versos que remiten a la experiencia de la noche en la ciudad, en cualquiera de nuestros barrios.

¿Cómo es la Panamá que sueña?

La ciudad de Panamá que sueño es caminable, con menos ruido, más verde, con ciudadanos más comprometidos con su medio ambiente, que estén conscientes de la naturaleza. Una ciudad que le dé espacios al habitante para habitarla, no para que sea una ciudad de paso. Sueño con un lugar que no sea “un no-lugar”, bajo el concepto de Marc Augé, donde haya cafés, bares, plazas… donde la gente pueda vivir. Panamá corre el riesgo de parecerse a una metrópolis sin las cosas buenas que tiene esta. Con una buena oferta cultural y con un buen sistema de salud pública. Esto solo se consigue con una planificación seria y que no se preste a manipulaciones y que cada ciudadano siga el espíritu de la ley.