Pasión por aprender a enseñar

Arturo Rivera Aguilar

Autor: Moisés Jurado Briceño
Foto: Luis Cantillo

Hablar de la extensa trayectoria y el trabajo del profesor Arturo Rivera Aguilar es entender el amor a la vocación de la docencia en cualquier nivel de la educación. Su conocimiento, transformado en sabiduría con el pasar del tiempo, es reflejado en cada una de las palabras que enuncia en torno a más de 30 años de actividad, en donde rememora la historia de la educación en el país y sus protagonistas. Fue alumno del doctor Blas Bloise, la profesora Otilia Tejeira, el doctor Jorge Arosemena y el profesor Carlos Iván Zúñiga, entre otros, en aquellos años en donde él y sus compañeros pertenecían al círculo de estudio al que llamaron “Octavio Méndez Pereira”. Hoy en día, más que mostrarse como una autoridad, Rivera sigue preparando con humildad a varias generaciones de docentes panameños desde esa concepción de “aprender a pensar” y de “reflexionar en la educación”.

¿Cómo fueron sus inicios en la educación?

Siendo estudiantes, fuimos una generación que aprendió de grandes hombres y mujeres de la educación y de otras importantes disciplinas; gracias a ellos nos convertimos en docentes críticos y reflexivos. En aquellos años, la Facultad de Educación de la Universidad de Panamá era la única que solo tenía un piso y tres salones. Fue allí que iniciamos una lucha: conseguimos un millón de dólares con la Asamblea Nacional en 1992 y establecimos el edificio que está frente a la Caja del Seguro Social. Yo fui el dirigente principal: iniciamos una huelga de hambre con los estudiantes, muchas marchas y conseguimos el objetivo. Con los años, un equipo de docentes nos fuimos a Río Sereno, entre Bocas del Toro y Chiriquí, y preparamos a un equipo de estudiantes líderes. Allá formamos equipos deportivos, hicimos un periódico estudiantil, conseguíamos donaciones, teníamos una finca de café… hacíamos una labor integral. En cada lugar que trabajábamos hacíamos una labor diferente, tratando de enseñarle al estudiante la capacidad de “aprender a pensar”. Desarrollar la práctica reflexiva en el oficio de enseñar y contagiar esa pasión por aprender a enseñar a quienes desean ser docentes; 30 años después lo seguimos enseñando.

¿Cómo ha sido su participación en la educación en Panamá?

Llegué en 1990 al Ministerio de Educación como representante del Centro de Estudiantes, formando parte de la comisión coordinadora que estaba redactando la nueva Ley Orgánica de Educación. Años posteriores, el señor ministro me nombraría secretario ejecutivo pensando en su difusión nacional. Fueron los años en que estudié una maestría en Docencia Superior y otra en Investigación Educativa. Después pasé al ICASE donde investigué sobre el perfil de los docentes, la didáctica del docente; y volví al Ministerio donde me convertí en el Director Nacional de Evaluación Educativa. De allí representé a Panamá ante la Unesco en Chile por 10 años para dirigir importantes proyectos en el marco del Laboratorio Latinoamericano de la Calidad en la Evaluación. Todos estos conocimientos, en conjunto con capacitaciones y cursos que he recibido en varios países, los he aplicado en nuestras aulas y los he traído a Panamá para enseñar qué hacer con los resultados de la evaluación para mejorar la calidad, creando lo que sería después el Sistema Nacional de Evaluación en la Calidad, Sineca.

¿Cómo es la Panamá que usted sueña?

Pienso que hemos dejado establecidas las bases para una cultura de la evaluación educativa en Panamá, pero todavía hay mucho que hacer. La educación ha crecido y ha mejorado, sobre todo en la capital, ayudando sobre todo en la creación de carreras que Panamá necesita, por ejemplo en logística. Pero hay que mejorar el tema de la calidad y de la docencia, el tema de las políticas públicas de la educación. Pienso que hace falta también en la ciudad de Panamá hacer un ordenamiento territorial para tener más claridad en lo urbano. Una ciudad más verde y más fluvial, con más parques, para todos.