Guardiana de la memoria

Sara Carvajal

Autor: Melissa Pinel
Foto: Eduardo Molino

Sara Carvajal estudió archivología por casualidad: había pasado los exámenes de admisión de la Universidad de Panamá y la carrera por la que estaba interesada ese año no abrió. Lo que en ese momento le pareció mala suerte terminó presentándole una carrera de la que se enamoraría y que años más tarde le permitiría convertirse en la directora del Archivo Nacional. Durante una década, Carvajal estuvo a cargo de la institución, que reside en un histórico edificio construido en 1912 a pedido del entonces presidente Belisario Porras, que en las manos de Carvajal fue revitalizado al punto de que es considerado como el mejor laboratorio de conservación y restauración de Latinoamérica.

¿Cuál es el documento que más le impresiona dentro de los archivos?

El de Victoriano Lorenzo. Cuando estamos en la escuela, nos dicen que él no sabía escribir. Cuando yo vengo al Archivo Nacional, tomo un documento de Victoriano Lorenzo y lo primero que veo es la letra. Es una carta donde él está reclamando su revólver porque le costó 40 pesos. Luego me entero que él había ido a la universidad a Colombia, que había sido Corregidor y que había sido escribiente de un Padre. Que tenía mucha historia que no se contaba. Está también el de una negra que me llama la atención: hay un documento de 1812 en donde se pide su liberación a la Corona, algo muy inusual para ese tiempo.

Hay la percepción de que el Archivo Nacional no es un lugar al que la gente pueda tener acceso…

Cuando contamos realmente los documentos que están, lo primero que la gente pregunta es: “¿Se puede ir allá?” Es como una biblioteca. Que usted llega, investiga, puede tomar los documentos, puede sacar copia por un costo. Aquí han venido a hacer investigaciones de Alemania, de Bélgica, de Estados Unidos, Costa Rica. El panameño es el que no viene. Pocas veces. Nosotros hacemos visitas guiadas. Invitamos a las universidades y se le comunica lo que hacemos y los servicios que tenemos. Antes usted tomaba un taxi y le pedía que lo llevaran al Archivo Nacional y nadie sabía. Pero si decías que era frente a la lotería, entonces todo el mundo si sabía. Ha habido un cambio de mentalidad.

¿Qué nos pasa a los panameños con la memoria histórica?

Lo que está pasando ahora es que ya no vamos a tener ni historia. Con los Whastapps y los correos ya no se escribe. Aquí están pasando cosas y no salen libros, no hay documentos escritos. A pocos muchachos les gusta la historia. Nosotros traemos estudiantes que quedan maravillados, pero hay otros que se quedan mirando para arriba o viendo el celular. Cuando vengan las siguientes generaciones se quedarán solamente con Victoriano Lorenzo y el Pirata Morgan. A veces me traslado y digo: antes pasaba algo y alguien lo escribía. Ahora pasan las cosas y a todo el mundo se les olvida.

¿Cómo es el Panamá que usted sueña?

Que tengamos paz. Sabemos que tenemos un país privilegiado por el Canal de Panamá pero alguien tiene que saber repartir los recursos. Somos pocos para los millones que se manejan dentro de este país y en el Panamá que yo sueño todos seríamos iguales. Si nosotros queremos un país realmente próspero la educación es importante. Que se capaciten. Entre más profesionales, más técnicos, más oportunidades que se le dé a las personas… esa va a ser la clave para que todos seamos felices.

¿En esa Panamá de sus sueños la gente se interesaría más por la historia?

Exactamente, porque ya habría gente más estudiada, más educada. Lo que pasa es que el panameño no tiene tiempo para pensar en historia. El panameño necesita ver qué va a comer hoy.