Médico activista por los derechos de las personas con VIH y Sida

Orlando Quintero

Autor: José María Torrijos Legazpi
Foto: Javier Sucre

Cuando nadie quería hablar de VIH y Sida, Orlando Quintero se convirtió en esa voz -para muchos incómoda- que alertaba sobre la importancia de abordar el tema, no solo para mejorar la calidad de vida de quienes estaban ya infectados; sino, también, para aquellos que estaban en riesgo de adquirir el virus. Desde Probidsida, el médico ha asumido muchas de las responsabilidades que gobiernos y autoridades no han tomado. Aunque a veces se muestre decepcionado por los pocos cambios en la mentalidad de la población con respecto al VIH y otras enfermedades de transmisión sexual, así como por las fallas en el sistema de salud pública Quintero mantiene su lucha, demostrando a su vez que el VIH no tiene que ser sinónimo del fin de la vida.

¿Cuál es el recuerdo más antiguo que tiene de la ciudad?

Cuando bajábamos con mi papá de calle 45 Bella Vista, donde vivíamos, a la avenida Balboa a ver el mar y pasear por toda el área para luego meternos en las entradas que tenían unas escalinatas que daban a la playa y sentir el olor del mar característico de ese tiempo.

Usted es médico, ¿hay alguna relación entre cómo cambian las ciudades, cómo cambia la gente, y cómo cambia la salud pública?

Obviamente el crecimiento de la ciudad (más edificios, más gente en menos espacio) va generando dificultades para la movilización (la disposición de basura, los alcantarillados, pocas áreas de esparcimiento, y así). El crecimiento desordenado de la ciudad ha traído como consecuencia tranques que, a su vez, acarrean estrés, enojos, además de una gran cantidad del tiempo en la calle, restándole tiempo a estar con la familia.

Más allá de la infraestructura, ¿ha madurado la ciudad de Panamá?

Desafortunadamente, nuestra querida ciudad de Panamá vive una crisis de valores, junto con una crisis familiar y, ciertamente, tiene una sociedad con muchas grietas que vive en medio de estructuras arquitectónicas envidiables. Esta crisis de valores en todos los sectores de la sociedad, junto a nuestro “juega vivo”, ha generado mucha corrupción, violencia,y desinterés hacia las demás personas.

¿Qué extraña de antes, qué le alegra que haya cambiado?

Extraño que antes vivíamos con algo más de orden, seguridad y respeto, no tan convulsionada. Una juventud sin tanta tecnología que permitía que hubiera más interrelación entre ellos y su familia, y mayores espacios de tiempos de compartir. Del presente, me alegra que haya cambiado en la comunicación: pasar del fax al WhatsApp y poder realizar transacciones en cuestión de un minuto. Todo a partir de un celular. Me alegra tener un lugar como una Cinta Costera para caminar, así como un Causeway y parques, restaurantes, paseos por el Casco Viejo y, obviamente, que tengamos las líneas del Metro.

¿Es Panamá una ciudad saludable?

Desafortunadamente, Panamá no es una ciudad saludable, no hay una conciencia de la responsabilidad de cada uno de nosotros en nuestra participación en el cuidado de nuestra salud, con hábitos alimentarios desastrosos, el sedentarismo, pobre o nulo control periódico de exámenes de salud; además de una pobre vida espiritual, y una sociedad llevada por el consumismo.

¿Y sexualmente responsable?

No. No hay una educación sexual, ni en el hogar que debe ser el primer eslabón, ni en la escuela; quedando los jóvenes a expensas de lo que le “enseña” su amigo o lo que se ve en Google. Uno de los aspectos críticos que tenemos es que sobre nuestra cultura pesa la gran sombra del tabú sobre la sexualidad que ha vivido nuestra sociedad a través de muchas generaciones… No hay una conciencia de riesgo.

¿Cómo es la Panamá de sus sueños?

Una Panamá con un gobierno honesto, productivo y justo, que piense en el bienestar de todos. Con una atención médica con calidad y calidez. En la que se pueda caminar sintiéndose seguro. Sueño con tener un pueblo culto, con una educación que nos permita estar entre los países con mayor índice de educación internacional. Una Panamá solidaria. Una Panamá en la que se elimine el “juega vivo” del ADN de sus ciudadanos.